viernes, 9 de diciembre de 2011

La astrología como género literario



La filosofía, al menos en su intención, se presenta a veces como el producto más elaborado del ejercicio de la racionalidad humana. Sin embargo, si atendemos a sus resultados tal como se condensan en la sucesión de teorías y sistemas que configuran la historia de esta disciplina, asistimos a un conglomerado de ideas contrapuestas que, aparentemente, se anulan unas a otras. Por muy ecléctico que se quiera ser, ante ciertas disyuntivas es necesario elegir y, al fin y a la postre, la decisión sobre a cuál de dos teorías contradictorias conceder más crédito termina descansando las más de las veces sobre las propias inclinaciones emocionales de cada uno, antes que sobre una valoración estrictamente lógica o racional. Ante esta situación, algunos han optado por rebajar las pretensiones de conocimiento verdadero de la filosofía y caracterizarla meramente como un peculiar género literario (Rorty, Unamuno). A fin de cuentas, el filósofo no se define a sí mismo como un sabio, sino como un buscador de la sabiduría que parte de una posición de oscuridad relativa y puede extraviarse fácilmente en la selva de los conceptos. Los libros de filosofía serían las crónicas de esta aventura intelectual. 

A diferencia de la filosofía, la astrología es considerada a menudo por sus detractores como uno de los productos más elaborados de la irracionalidad humana. Definirla como un peculiar género literario no sería, en este caso, una forma de rebajar sus pretensiones, sino, al contrario, una ignominiosa tentativa de elevarla por encima del rango de la mera charlatanería que en rigor le correspondería. Sus partidarios, por otra parte, protestarían ante la sugerencia de equiparar la astrología con la literatura. Pero, después de todo, la astrología se expresa en un discurso y merece la pena detenerse un momento a considerar si las reglas que gobiernan la construcción del discurso de los astrólogos se parecen o no a las que rigen la elaboración del discurso de los filósofos o el de los científicos o el de los místicos o el de los literatos.

Una parte del discurso astrológico está tomado directamente de los libros de astronomía y, por tanto, sigue las pautas del discurso científico. Las bases astronómicas de la astrología son, sin embargo, más bien modestas y no se estudian por su valor intrínseco sino por su relación (real o supuesta) con los seres vivos y los procesos naturales que habitan y se desarrollan sobre la superficie del globo terrestre. No cabe duda de que un estudio sistemático de esa relación merecería el nombre de ciencia, siempre y cuando se limitara a constatar correlaciones observables entre condiciones cósmicas y procesos biológicos o geológicos que permitieran algún  género de predicción y a proponer alguna explicación o hipótesis del funcionamiento de esa conexión, compatible con los conocimientos de la física de nuestros días. Pero el nombre de una ciencia semejante, nos guste o no, no sería el de Astrología, sino, más bien, Cosmobiología o Cosmogeología. Porque la astrología no se ocupa, en realidad, del estudio directo de esa relación, sino que lo aborda indirectamente con el auxilio de otros recursos que actúan como intermediarios y que constituyen, de hecho, el meollo mismo de la astrología en cuanto tal. Entre estos recursos podemos citar:
  1. La organización matemática del espacio y del tiempo según ciertos esquemas geométricos regulares o irregulares ajenos a la astronomía (signos, casas, decanatos, términos, elementos, modalidades, polaridades, direcciones, etcétera).
  2. La envoltura mitológica que reviste tanto a los cuerpos astronómicos como a los esquemas geométricos citados en el punto anterior.
  3. La estructura arquetípica que se expresa simbólicamente a través de la envoltura mitológica.
  4. Las reglas de interpretación heredadas bajo un formato bastante dogmático que se adoptan por un sentimiento de reverencia hacia la tradición o hacia alguna autoridad personal.
  5. El proceso de interpretación y su dependencia de las facultades o habilidades del intérprete: la intuición, el libre juego de la imaginación, la asociación de ideas, la percepción, etcétera.
Por supuesto, el encanto de la astrología reside en estos elementos intermediarios, pero, a la vez, son ellos los que hacen imposible que hoy por hoy pueda aspirar seriamente a la categoría de ciencia. El discurso astrológico se construye, pues, con elementos tomados de la astronomía, de la geometría, de las matemáticas, de la mitología, de la poesía, de la psicología, de la tradición interna, de la experiencia, del sentido común y de la imaginación, con toda la carga de subjetividad y riesgo que ello conlleva. Podemos verlo como un género literario muy abigarrado y complejo, que produce -o trata de producir- imágenes adecuadas para cada persona y cada situación que se ofrecen como ayudas para la comprensión de la cualidad de cada instante. Podemos verlo así porque hay un elemento de creatividad en el discurso del astrólogo y porque el lenguaje astrológico mismo está repleto de metáforas poéticas, pero si finalmente ese discurso no es fértil, no conecta con  la realidad de la persona, no es iluminador, entonces se habrá quedado en mera literatura sin más y el astrólogo como tal habrá fracasado.

 
© 2011, Julián García Vara

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